Cinemanía nº 229

Drácula
Cinemanía nº 229
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'Drácula, la leyenda'

DIRECTOR´S CUT: El pantone de la Hammer

1. SIN MÁCULA. Más miedo que alma, dicen en mi pueblo. El rojo denso de la sangre pantone Hammer, el colmillazo imposible de Christopher Lee, la estaca en el corazón y el polvo aterrador que siempre acababa dejándolo todo perdido. Ese monumentazo al candelabro es el Drácula canónico de mi generación, el primer monstruo en color de las quintas que descubrieron los clásicos por la tele entre el UHF, la programación de Pilar Miró y las primeras autonómicas. Luego llegaron los libros sobre Bela Lugosi vampirizado, el giallo en VHS, los deditos y las orejas de filmoteca de Nosferatu y la navaja en la lengua (¿homenaje a Buñuel?) de Gary Oldman. Alimento cinéfilo. Pero miedo, lo que se dice miedo, más miedo que alma, es lo que sentí con el auténtico, el inigualable, el aterrador Conde Mácula. El de Mortadelo y Filemón (uno de los cortos de Rafael Vara, 1971), el que no podía usar el apellido de su primo rumano por problemas con los derechos, el que se columpiaba, botafumeiro style, con la lámpara de velas del castillo, el que bebía valdepeñas para olvidar que había sido hechizado. Aquellas voces magistrales de doblaje setentero entre rayos y truenos y chistes gruesos pero efectivos de Ibáñez nos quitaron la tontería y nos prepararon para entender el mito. Más alma que miedo, pensamos ahora.

2. ESTE-OESTE.  Pero además de nostálgico del cartoon cañí, puedo ponerme estupendo y elevar el nivel del debate para demostrar que este número dedicado a la leyenda de Drácula en la gran pantalla es un fenómeno de mucha trascendencia. Y será cierto. No es sólo sangre y sustos, el propio Jonathan Harker, protagonista/víctima de la novela de Bram Stoker lo reconoce por carta al inicio del libro, mientras llega a Budapest desde Londres, vía Munich y Viena, y cruza solemnemente el Danubio: “La impresión que tuve es que estábamos abandonando el Oeste y entrando en el Este”. El miedo a lo desconocido, el choque Oriente-Occidente, lo que vemos todos los días en los telediarios también está en la base de Drácula, mucho más que un libro o una estampa siempre dispuesta a una actualización, incluso con aires de Juego de tronos, como en el estreno que nos llega, Drácula, la leyenda jamás contada.

Así que además de juegos estéticos y de emboscadas para nuestra adrenalina, los clásicos eternos elevan el espíritu, conducen a los mortales a las preguntas esenciales, las que determinan la verdadera naturaleza humana, dudas a vida o muerte que no nos dejan tranquilos: ¿Pero por qué demonios Batman es un murciélago, pero no es un vampiro? Christopher Nolan, ahí tienes tu próximo reto.

3. ARREBATADOS.  En 1979, Iván Zulueta asoció magistralmente el poder del cine a la vida arrebatada, vampirizada: “No es a mí a quien le gusta el cine; sino al cine al que le gusto yo”, se jactaba Eusebio Poncela mientras se dejaba chupar la sangre por el celuloide a cambio de la inmortalidad en la película Arrebato.

Nosotros también nos hemos propuesto vampirizar lectores, sin miedo, quizá más al estilo Leslie Nielsen en Drácula, un muerto muy contento y feliz, en un proceso de vampirización amistosa colectiva que afecta a nuestros protagonistas del mes: David Fincher haciendo sangre con Ben Affleck, un John Cusack eterno adolescente al que hincamos el diente, Denzel Washington enseñando el colmillo, Santiago Segura esquivando los mordiscos de Julián López, Megan Fox convertida en la Mina Harker de las Tortugas Ninja, 10 grandes funerales (con y sin ataúd) de película, el empalamiento de la sociedad que plantean Carlos Vermut y los Relatos salvajes de Damián Szifrón, y así hasta, efectivamente, el infinito, la eternidad draculiana. Sólo nos faltaba un slogan para coronar la vampirización de los cinemaníacos del mundo entero: “No es sólo que a usted le gusta CINEMANÍA, es que a CINEMANÍA le gusta usted”.   

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