'10.000 km': El amor en los tiempos del Wi-Fi

La ópera prima del director Carlos Marques-Marcet sorprende en la 17 edición del Festival de Málaga con su mirada intimista de una pareja a 10.000 kilómetros de distancia. La gran sorpresa que muchos esperaban. Por ANDREA G. BERMEJO
'10.000 km': El amor en los tiempos del Wi-Fi
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'10.000 km': El amor en los tiempos del Wi-Fi

Ocurre últimamente en Málaga. Entre palmeras despeinadas y paseos marítimos que huelen a espeto y a crema solar. Entre gritos de fans y productores con gorra francesa, tablaos improvisados, alfombras rojas tapizando la ciudad. Ocurre, ha ocurrido al menos en los dos últimos años de producciones pequeñas sin miedo a arrancar en este Festival, que en sus cines se proyecta de pronto una película que deslumbra. Ocurrió con Stockholm y con Ilusión en la pasada edición y ha vuelto a ocurrir. La de este año se llama 10.000 km y es la crónica tecnológica de una relación a distancia.

Dicen que la distancia sólo es aire. En el caso de la pareja protagonista interpretada por David Verdaguer y Natalia Tena es un aire que mide 10.000 kilómetros, los que separan Barcelona de Los Ángeles y detonan la ópera prima de Carlos Marques-Marcet después de ese plano secuencia de veinte minutos en el que caben siete años de pasado y un polvo de los que buscan un hijo. Hasta que llega un mail. Uuup. Con ese ruidito de silbido hacia dentro. En la bandeja de entrada le cambia la vida a la pareja. Y, valor añadido, es en el ordenador de ella, “como si Ulises fuese Penélope y viceversa”, explicará el director en la posterior rueda de prensa. He aquí una mujer que es dos mujeres, ambas creativas, separadas por un correo electrónico: La mujer que quería ser madre y la mujer que pospone esa forma de creación por la fotografía. No rechazará esa oferta online para desarrollar en Los Ángeles una residencia artística durante el próximo año. Aunque eso implique mantener con su pareja una relación a distancia. Aunque el primer resquicio de grieta se intuya –¿Por qué no me contaste que te habías presentado a esta beca?, pregunta él–. Fin del plano secuencia.

El resto de la película es el aire. A un lado, él, en su casa de Barcelona, rodeado de sus cosas de siempre que le recuerdan a ellos. Al otro, ella, en un apartamento blanco californiano, aséptico como una vida aún por decorar. Entre medias, los días y una web cam. La evolución de la pareja en plano corto, la crónica de un amor tan prosaico como enfundar un edredón. Y entre videoconferencia y porno chat, esa grieta que se ensancha, que crece imperceptible desde el ordenador en la almohada hasta el WhatsApp con double check sin contestar. Y ese montón de preguntas, como en las buenas películas, ésas que nos hacen buscar las respuestas a la salida del cine. Por ejemplo, ¿qué es el amor sin cercanía?

Si 10.000 km es una película de nuestro tiempo no es sólo por su fondo, esa generación con las oportunidades lejos, sino también por la forma, su brillante traducción a imágenes de un código que hasta ahora pertenecía exclusivamente a la pantalla del ordenador. 10.000 km está narrada en gran parte a través de videochats, llamadas dispersas que van del entusiasmo a la obligación y la culpa, y de WhatsApp que sustituyen a las viejas caricias. Pero, sobre todo, incluye dos secuencias que reflejan cómo las nuevas tecnologías e Internet han cambiado nuestra forma de ser, de pensar y de sentir. La primera es esa pantalla de Facebook sobre la que se mueve el puntero de un ratón: del mensaje directo a la foto de grupo, de las nuevas amistades etiquetadas al perfil de uno que curiosamente es chico, de ahí al muro de ella porque el que copia y pega una canción de Youtube, marca también territorio. ¿No es increíble que reconozcamos en este viaje tan concreto un sentimiento –los celos– tan universal? Es meritorio, desde luego, que alguien haya sido capaz de traducirlo a cine y, por supuesto, poco importa que el lenguaje original sea inglés, castellano o catalán.

La otra secuencia brillante de 10.000 km comprende la redacción de un e-mail. Ya cuando la grieta es abismo y los sentimientos precisan frases más largas, tan lejos del cara a cara y del poro, el amor se convierte en una operación racional en la que existe un botón para borrar y dudas con los signos de puntuación. La diferencia entre un punto y una interrogación es el verdadero precipicio emocional en el que se pierde la pareja protagonista de 10.000 km, más profundo y ancho que un océano o que 10.000 kilómetros, desde luego más difícil de salvar que el aire.

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