El cine en tiempos del ébola: 10 películas muy infecciosas

Una selección de filmes que te harán salir a la calle con guantes de goma y mascarilla.
El cine en tiempos del ébola: 10 películas muy infecciosas
El cine en tiempos del ébola: 10 películas muy infecciosas
El cine en tiempos del ébola: 10 películas muy infecciosas

¿Padeces de hipocondría? ¿Te planteas seriamente salir a la calle con mascarilla y guantes de goma? ¿El más mínimo malestar te hace salir pitando rumbo a Urgencias? En ese caso, lo sentimos por ti: las noticias sobre el ébola que no paran de sucederse desde hace seis días, cuando se hizo público el contagio de la auxiliar de enfermería Teresa Romero, te tendrán en un sinvivir. De este modo, y por más que las posibilidades de que una verdadera epidemia se declare en suelo español sean tirando a nulas, entendemos que ahora mismo tus ganas de pisar la calle brillen por su ausencia, por si los virus. Y, como una cuarentena autoimpuesta puede hacerse muy aburrida, nosotros hemos preparado una selección de películas ideal para que pases tus ratos muertos (uy, perdón) hasta que los ánimos se calmen: en esta lista encontrarás filmes de todo tipo sobre epidemias e infecciones, desde thrillers científicos a trabajos de terror puro y duro, pasando por intentos más o menos realistas de abordar con seriedad el asunto virológico y bacteriológico.

La amenaza de Andrómeda (Robert Wise, 1971)

Si bien Pánico en las calles (Elia Kazán, 1952) ha pasado a la historia como el primer thriller con premisa epidemiológica, a La amenaza de Andrómeda le corresponde el mérito de haber codificado el subgénero tal y como lo conocemos hoy, tan repleto de adrenalina como de tecnicismos, trajes aislantes e instalaciones sanitarias de alto secreto. No por nada el guión está basado en un best seller de Michael Crichton, el futuro autor de Parque Jurásico, quien le adjudicó a la amenaza en cuestión un origen muy poco ortodoxo: además de letal como él solo (nada más empezar la historia, ya ha asolado un pueblecito de Nuevo México), el virus investigado por el virólogo Arthur Hill y su equipo es de origen extraterrestre, y la única forma de frenar su expansión es a base de bombazos nucleares. Adivina el destino que les espera a los científicos como no consigan encontrar una cura...

Los Crazies (George A. Romero, 1973)

Está claro que, con este filme, el maestro Romero estaba dándole otra vuelta de tuerca a su temática preferida: los zombies, sus casos, sus cosas y sus mordiscos. Ahora bien, la vuelta es de las que marean y aleccionan a partes iguales, porque aquí los monstruos no han salido de sus tumbas para sembrar el terror, sino que se trata de infectados por una enfermedad creada en laboratorios militares. Esta premisa, novedosa en su día y reciclada hasta la extenuación con el correr de los años, sirvió al cineasta para entregar un cóctel terrorífico y sociopolítico a partes iguales: los estragos de la enfermedad, explica Romero, se quedan en nada ante los causados por un ejército dispuesto a contener su avance a base de lanzallamas.

Vinieron de dentro de... (David Cronenberg, 1975)

Todavía jovencito, pero ya en plena posesión de sus poderes putrefactos, Cronenberg se inspiró en dos de sus escritores de cabecera (William Burroughs J. G. Ballard) para dotar a su debut con una de las epidemias más grimosas del cine. Porque, puestos a elegir un vector infeccioso que reemplace a los socorridos roedores e insectos, pocos hay más repulsivos que estas babosas mutantes que, tras ser creadas por un científico chiflado, se infiltran en los cuerpos de sus víctimas mediante métodos que preferiríamos olvidar. Una vez infectados por los viscosos bichejos, los portadores del virus olvidan toda noción de moralidad y buenas costumbres, pasando de civilizados canadienses de clase media-alta a hiperactivos obsesos sexuales que fornican como si el mundo se fuese a acabar. Lo cual, vista la (comprensible) velocidad a la que progresa la plaga, es bastante probable.

La peste (Luis Puenzo, 1992)

Interrumpimos por un momento nuestra ración de horrores mucilaginosos para ofrecer una visión muy distinta de la cosa epidémica: basada en la novela de Albert Camus, esta película se aparta de las enfermedades ficticias para centrarse en una tan real y tan terrible como la peste bubónica, cuya expansión en una ciudad latinoamericana provoca una drástica cuarentena. Así mismo, lejos de recrearse en los aspectos más viscerales de la enfermedad, La peste emplea las andanzas del médico William Hurt como pretexto para indagar en el sentido del deber, el vacío existencial, la desesperanza y otras nociones igual de sesudas. Algo que funcionó muy bien en la letra impresa (a Camus no le dieron el Nobel por nada) pero que, al pasar a la pantalla, patinó bastante.

Estallido (Wolfgang Petersen, 1995)

Efectivamente: esta es la película en la que casi todos pensamos cuando de cine epidemiológico se trata. Y más aún cuando el ébola sale a colación, porque esa enfermedad llamada 'motaba', contra la cual combate el aguerrido virólogo Dustin Hoffman, se parece a la fiebre hemorrágica en todo menos en el nombre: originada en el África central, y llevada a EE UU por una mona llamada Betsy (hay que fastidiarse con el nombrecito), la pestilencia se instala cómodamente en un pueblo de EE UU, donde le da por mutar y evolucionar sin por ello dejar de lado su principal cometido: sembrar de cadáveres el villorrio y sus alrededores. ¿Logrará Hoffman contener la plaga antes de que sus superiores Donald Sutherland Morgan Freeman ordenen el bombardeo de rigor? Se admiten apuestas...

12 monos (Terry Gilliam, 1995)

¿Hay algo más deprimente que ver cómo una epidemia acaba con la humanidad? Pues, según nos explica aquí el ex miembro más gafe de los Monty Python, sí que lo hay: ser uno de los infelices supervivientes que se hacinan en refugios subterráneos, mientras los animales se adueñan de la superficie como si tal cosa. Y si, para colmo, tienes los rasgos de Bruce Willis, entonces te ha tocado la china: obligado a viajar en el tiempo en pos de una cura para la plaga, el cachas calvo se debate entre un futuro (es decir, su presente) de pesadilla y un presente (es decir, su pasado) en el que los psiquiatras le ceban a pastillas y Brad Pitt, chiflado y memorable, no para de darle la brasa con sus discursos de terrorista neohippie. Todo ello, además, mientras padece misteriosos sueños muy parecidos a cierto cortometraje de Chris Marker. Ante tal cúmulo de desgracias, la enfermedad acaba siendo lo de menos.

28 días después (Danny Boyle, 2002)

En memorables palabras de Enjuto Mojamuto, "los zombies de 28 semanas después no son zombies: son infectados". Es por ello que este filme, heraldo de la moderna resurrección (uy...) del género de muertos vivientes, se merece un hueco en esta lista. Porque, aunque su concepción no fuese del todo original (revisa nuestros epígrafes correspondientes a Los Crazies y Estallido para comprobarlo), ese Reino Unido desolado y peligroso por el que se mueve Cillian Murphy hermanó para siempre el terror epidémico con el subgénero de muertos vivientes: ahí queda una larga ristra de filmes (de [REC] Guerra Mundial Z, pasando por la saga Resident Evil) para demostrarlo. Mención aparte merece la secuela 28 semanas después (2007), dirigida por un Juan Carlos Fresnadillo en estado de gracia.

The Host (Bong Joon-ho, 2006)

¿Quieres sacar una premisa de quicio, aliñándola con implicaciones que nunca habrías podido soñar? Llama a un director asiático o, mejor aún, a uno coreano: por si la idea de un monstruo gigante (más pequeño que Godzilla, pero también más avispado y todavía más malo) acechando en las alcantarillas de Seúl  y secuestrando niños no fuera suficiente, el futuro autor de Rompenieves nos explica aquí que la maligna criatura también lleva consigo su propia enfermedad infecciosa. Inspirándose un poco, o un mucho, en la plaga de SARS que sacudió Asia en 2003, Joon-ho pergeña una película inclasificable donde las haya, mezcla de saga familiar, terror monstruoso y body horror, con unos cuantos puñados de sátira política (a costa de la política exterior de EE UU) y un humor negrísimo.

Soy leyenda (Francis Lawrence, 2007)

Consejo para gobiernos y organismos internacionales: si están experimentando con un virus mutante que podría curar el cáncer, no pongan la investigación en manos de Emma Thompson. Por muy bien que nos caiga, a la actriz británica le basta con un cameo en este filme para convertirse en responsable de una plaga entre cuyos efectos se hayan los de liquidar al 90 por ciento de la población mundial, convertir al 10% restante en infectados asesinos (para no perder la costumbre, vaya) y obligar a Will Smith, superviviente (casi) solitario, a aprenderse de memoria todas las películas del videoclub de la esquina. Soy leyenda sufrió lo suyo en el montaje, y su respeto a la novela original de Richard Matheson (un clásico de la ciencia-ficción más terrorífica) resulta cuanto menos cuestionable, pero aun así se ha ganado un hueco en la memoria de muchísimos espectadores. Y, vistas ciertas noticias recientes, será mejor que no recordemos lo del perro...

Contagio (Steven Soderbergh,  2011)

¡Basta de frivolidades, zombiecidades y catástrofes! Aquí ha llegado Steven Soderbergh para ofrecer, a base de minuciosidad y documentación rigurosa, la película definitiva sobre epidemias devastadoras (o eso le gustaría al director, claro). Con un reparto de estrellas (Matt Damon, Marion Cotillard, Jude Law, Bryan Cranston, Kate Winslet...) que, bien combaten la enfermedad, bien la padecen, bien intentan aprovecharse de su propagación, Contagio aprovecha el formato de narraciones cruzadas para convencernos de que la plaga de turno es un peligro de alcance universal que no sólo pone en riesgo al mundo, sino que también lo convierte en una casa de locos a base de pánico y paranoia. Aparte de ser una experiencia extremadamente disfrutable para los antifans de Gwyneth Paltrow, que son legión. Y todo ello, al precio de una cagarruta de murciélago.

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