'Las vacaciones del Señor Hulot': Razones para repescar un clásico de la risa

Con su sombrero y su pipa, Jacques Tati vuelve a la pantalla grande: su comedia más playera y desquiciada acaba de reestrenarse en España. ¿Piensas perdértela?
'Las vacaciones del Señor Hulot': Razones para repescar un clásico de la risa
'Las vacaciones del Señor Hulot': Razones para repescar un clásico de la risa
'Las vacaciones del Señor Hulot': Razones para repescar un clásico de la risa

Estamos en 1953, y los huéspedes de un hotel playero en Bretaña no saben la que se les viene encima: un sujeto muy alto (190 centímetros, para ser exactos), de pocas palabras y extremadamente torpe acaba de firmar en el libro de registro, y está a punto de sacudir su estancia con accidentes inenarrables, siempre al ritmo de ese paso suyo tan peculiar. Es decir, que han comenzado Las vacaciones del Señor Hulot, una comedia firmada en 1953 por el formidable Jacques Tati y que ahora podemos ver en pantalla grande. Para celebrar la edición en Blu-ray de la obra completa de Tati, el filme se ha reestrenado hoy en 12 ciudades de España (Barcelona, Girona, Las Palmas, Lleida, Madrid, Majadahonda, Málaga, Palma de Mallorca, San Sebastián, Santiago de Compostela, Valladolid y Vigo). Créenos: aprovechar la oportunidad merece mucho la pena.

Aquí en CINEMANÍA ya rendimos tributo a Tati (nacido Jacques Tatischeff, de familia aristocrática y profesional del music hall antes que cineasta) cuando Sylvain Chomet le homenajeó en su película El ilusionista. Pero esta ocasión es especial, porque no todos los días puede ver una obra fundamental del cine cómico en una sala, con su aire acondicionado y sus palomitas. Así pues, te ofrecemos una lista de razones por las que deberías sacar del cajón los pantalones cortos, ladearte el sombrero e ir a grandes zancadas a encontrarte con ella.

Por el autor

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Nunca lo repetiremos lo suficiente Las vacaciones del Señor Hulot no es sólo una de las mejores comedias de la historia, sino también una de las mejores comedias de Jacques Tati. Es decir, de un señor que cuenta entre sus fans a gente tan dispar como David Lynch Steven Spielberg, y que inventó modos radicalmente nuevos (pero con raíces muy clásicas) para hacernos reír mediante imágenes. En 1953, cuando rodó esta película, Tati ya había cosechado su primer megahit con Día de fiesta, uno de los mayores éxitos de la historia del cine francés. Pero, frente a las presiones que le instaban a rodar una secuela, decidió hacer lo que cualquier persona sensata haría en su situación: irse a la playa.

Porque refresca

Además de una obra maestra, Las vacaciones del Señor Hulot es una de las películas que ganan mucho si las ves en verano. Y más aún si tus circunstancias te condenan a pasar los rigores de agosto en una ciudad grande. Sus exteriores, rodados en el pueblo de Saint-Marc-sur-Mer, contienen algunas de las imágenes playeras más encantadoras que ha dado el séptimo arte, y son ideales para abandonar el estrés en favor de un veraneo old fashioned con sombreros de paja, paseos en barca, partidos de tenis y copichuelas vespertinas degustadas frente al mar. Amén de hacernos recordar un tiempo en el que una playa no era forzosamente una franja de arena rodeada por cantidades masivas de hormigón.

Por la música

Para evocar este encanto estival, Tati se las hubiera bastado con su puesta en escena y su talento para los tortazos. Ahora bien: el maestro sabía que sus filmes ganaban mucho con una buena banda sonora, y aquí la banda sonora es de las mejores: Alain Romain entrega una partitura que se las apaña para hacernos sentir la brisa y oler el agua salada a base de vibráfono, guitarra y saxos. Un trabajo de la más alta escuela del jazz francés, vamos. Cinco años más tarde, Romain y Tati volverían a colaborar en Mi tío, una película cuya banda sonora se instala en tu cabeza al primer minuto... y para siempre.

Por el silencio

En sentido estricto, Las vacaciones del Señor Hulot no es una película muda: tiene diálogos, tiene música y tiene efectos de sonido. Pero todo esto hay que matizarlo: los diálogos, para empezar,  ejercen más como un runrún de fondo que como fuente de información. Estamos hablando, pues, de un humor puramente físico que se apoya en la música para crear atmósferas... y en los ruidos para rematar los gags. ¿Un ejemplo? Durante cierta interacción poco amistosa entre Hulot y un caballo, el equino permanece casi siempre fuera de campo, y sólo somos conscientes de su presencia por sus relinchos. Tras su nominación al Oscar, Tati tuvo ocasión de entrevistarse con Buster Keaton, y el autor de El maquinista de la general (muy ancianito ya) le felicitó por su manera de actualizar las premisas de la comedia muda: si eso no son credenciales...

Porque su técnica pasma

Como antiguo profesional del circo, Tati sabía que un chiste largo puede tener gracia, precisamente, por ser largo. Y esa norma, que acabó convirtiéndose en una de las características más importantes de su cine, le obligaba también a asumir retos técnicos. No nos referimos sólo a las tomas que desafían al cronómetro, ni a los artefactos de montaje, ni a esa cámara que baila el charlestón cuando le da por moverse, sino también a efectos especiales tan efectivos como esa barca que se parte por la mitad para convertirse en tiburón (seguro que un tal Steven disfrutó especialmente de esa escena) o el castillo de fuegos artificiales que acaba montando un pequeño apocalypse now (sin helicópteros) durante el clímax de la historia.

Porque no perdona a nadie

La Segunda Guerra Mundial había terminado, el general De Gaulle tenía sus reales fírmemente asentados en el Elíseo, y Francia se obstinaba por dejar ver que allí no había pasado nada y que su porvenir era un soleado paisaje de progreso, tranquilo como una balsa de aceite. Aunque Las vacaciones del Señor Hulot no sea ni de lejos un manifiesto sociopolítico, conocer este contexto nos revela que sus imágenes están provistas con una considerable dosis de ironía. Sin cargar las tintas en una mala baba que hubiera arruinado los chistes, Tati propina collejas a todo el mundo: los viajeros que comienzan a aprovechar el turismo masificado, los gerentes de hotel empeñados en exprimir a su clientela, los burgueses con ínfulas, los intelectuales... Según el autor, el peor pecado es precisamente no disfrutar de la vida, y dejar que las convenciones sociales se apoderen de tu tiempo libre. Sabia lección.

Por el corto

Ya lo hemos dicho antes, pero conviene destacarlo: este reestreno de Las vacaciones del Señor Hulot viene acompañado por Escuela de carteros, el cortometraje con el que Tati debutó en 1947 y que sirvió de borrador para Día de fiesta. La pieza dura 16 minutos escasos, es muy divertida... y además ofrece la oportunidad de oír hablar al maestro, algo que sorprende teniendo en cuenta que Tati no volvió a pronunciar palabra frente a una cámara desde entonces.

Porque te ríes

Tras el ladrillo que hemos soltado, conviene recordar que Las vacaciones del Señor Hulot es una comedia. Y una comedia divertidísima, además. Se trata de uno de esos filmes de género que se imponen a los años, a los mamotretos sobre teoría del cine y a la opinión de los críticos para seguir resultando tan encantadores como cuando se estrenaron: haznos caso, y no dejes que su condición de clásico venerable te estropee unas buenas carcajadas.

Porque es para todos

Es un hecho en el que se repara poco, pero que nos ha marcado a todos: cuando somos niños, la falta de prejuicios y la sensibilidad hacia los estímulos nos hacen disfrutar de películas antiguas, y que no nos habrían afectado tanto si hubiéramos llegado ya a la edad del pavo. Los puretas experimentamos ese fenómeno hace muchos años, cuando los mediodías de sábado en televisión estaban llenos de clásicos del cine de aventuras, pero, para gozarlo, los chavales de hoy quedan fiados a papás con una buena colección de dvd en casa... o dispuestos a llevarles a reestrenos como éste. Si tienes hijos, sobrinos o hermanos pequeños, es un momento ideal para presentarles a ese señor tan alto y tan torpe.

...Y por las demás

La última virtud de Las vacaciones del Señor Hulot es, quizás, la más importante de todas. Esta película es una estupenda puerta de entrada al mundo de Jacques Tati. Tras verla, sentirás unos deseos irrefrenables por descubrir, o por revisar, el encanto caótico de Días de fiesta, el costumbrismo loco de Mi tío y la megalomanía de Playtime, aquella película cuyo desaforado presupuesto e infernal rodaje (nueve años, que se dice pronto) acabaron con la carrera de nuestro hombre. Una filmografía breve, pero irrepetible, y que es en sí misma un cine aparte.

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