Málaga encuentra sentido

Nos preguntamos si la 18 edición del Festival, a punto de finalizar, es la mejor de su historia
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Que en Málaga nunca se entra con buen pie me lo dijo alguien en esta edición del Festival y acertó. Mi primera vez, hace cinco años, me pareció un esperpento tal que enseguida olvidé las películas que vi y hasta hoy. También me prometí muy dignamente no volver, cosa que luego no cumplí porque desde entonces no he faltado ni un abril. ¿Por qué motivo? No lo sé. Supongo que algo tuvieron que ver Los niños salvajes y Carmina o revienta, de Paco León,  las siguientes Biznagas. Y que después ocurrió lo de Stockholm (y sí, también lo de Ayer no termina nunca; ningún jurado es perfecto) hasta que en 2014 el milagro se confirmó con 10.000 KM. Algo estaba sucediendo en el Festival de Málaga y yo seguía yendo para saber qué era, hasta este año en el que las notas de prensa prometían la mejor edición de todas.

En la presente edición sonaban muchas óperas primas. Algunas redondas, como la de Leticia Dolera. Sus Requisitos para ser una persona normal, a mi parecer la película de Sección Oficial más fiel a sus propósitos iniciales, es una comedia indie –ni Wes Anderson, ni Miranda July, sencillamente Leticia Dolera– sobre las virtudes de ser diferentes a los demás. Hubo tipos rudos molestos por tanto colorinchi naif, claro está, pero huelga decir que si todas las películas a concurso en el fondo hablaban de la crisis, que lo hacían, estaba bien que cada una lo hiciese a su manera. Aunque ésta no fuese la "normal". Y si además era con el colosal cómico Manuel Burque, cierta colleja simpática a los video artistas hipsters y una buena selección de Spotify, pues mejor que mejor.

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El debut en la dirección de Daniel Guzmán suplía la eficacia de Requisitos… con mucha verdad. Siguiendo esa tradición tan patria que va desde El Lazarillo hasta 7 vírgenes, pasando por Krámpack o Barrio, el también actor contaba en A cambio de nada su vida de adolescente rebelde marcado por la separación paternal. Vida que, en pantalla, sonaba absolutamente real. Y esas cosas en Málaga gustan. Así que crítica y público, contentos y rumores de Biznaga. Algo tenía que ver con aquélla la ópera prima de Zoe Berriatúa, Los héroes del mal. Irregular pero salvaje y brillante en sus mejores momentos, como esa entrada en clase al ritmo ballet de Khachaturian.

Sí, también había un buen surtido de películas que recordaban a pasadas ediciones del Festival y la inevitable cuota Antena 3 (patrocinador del Festival), Cómo sobrevivir a una despedida. Pero también estaban Hablar –medio cine español de cháchara en un plano secuencia filmado por Oristrell–, Sexo fácil, películas tristes –comedia romántica con vuelta de tuerca–, La deuda –eficiente thriller financiero con Carlos Bardem y Alberto Ammann– y la cada vez mejor sección de Zonacine con promesas como Todos tus secretos –qué cabeza privilegiada hace falta, Manuel Bartual, para inventar semejante película– o Todo el mundo lo sabe –¿para cuándo una serie con los personajes y la corruptela que protagonizan la inteligentísima película de Miguel Larraya?–.

Yo, que soy de naturaleza entusiasta, recordaba aquello de que en Málaga nunca se entra con buen pie y me preguntaba si eran los años acudiendo al Festival los que me tenían tan optimista. Así que entre pase y pase, de camino a las entrevistas al AC, hacía lo que hacemos los periodistas: hablar con otros periodistas. Intentaba que me confirmasen lo que yo ya intuía: ¿No era éste el mejor año del Festival de Málaga con diferencia? En calidad y en diversidad de propuestas. Y eso que aún no había visto Los exiliados románticos, la nueva película de Jonás Trueba, más cuadro de Renoir que Rohmer, aunque en el fondo sabía que me iba a gustar. Y si las encuestas no me convencían, un dato friqui terminó de hacerlo. Un mismo día entrevisté por la mañana a Mario Casas y por la tarde a Arcadi Espada. Algo estaba pasando en Málaga, desde luego.

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Ahora saldrán los periodistas escépticos y categóricos hablando de San Sebastián y de las sobras. Que sí, que este año faltaban Anacleto, la de Amenábar y unas cuantas más. Pero el camino para que vengan a Málaga es éste y cada año es más fácil que lo recorran. Y una última cosa, que parece baladí y en la que nadie piensa. Los festivales de cine no se hacen sólo para que nosotros veamos películas. Además del quién es quién de la industria cinematográfica, los festivales de cine son un servicio público para promocionar el cine en las ciudades con un acceso menor al que tienen los habitantes de Madrid y Barcelona. Juan Antonio Vigar, director del Festival de Málaga desde hace cinco años –¿casualidad?–, parece tener muy claro esto último. La semana que duran las proyecciones es sólo la punta del iceberg de una serie de acciones para difundir el amor al cine entre los malagueños que inevitablemente se percibe en las salas a oscuras. Como esa pareja que me encontré en el pase de Animal (sección Zonacine) a las cuatro y media de la tarde un martes y que me contó, pulserita de abono en mano, que todos los años desde hacía tres, pasaban una semana viendo películas en el festival. Seguramente ellos también entraron con mal pie la primera vez.

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