'Pesadilla en Elm Street': El sueño eterno

Hace tres décadas, Wes Craven soñó con el hombre del saco definitivo. Te lo contamos todo sobre Freddy Krueger si nos prometes una cosa: hagas lo que hagas no te quedes dormido.
'Pesadilla en Elm Street': El sueño eterno
'Pesadilla en Elm Street': El sueño eterno
'Pesadilla en Elm Street': El sueño eterno

[Tras la muerte de Wes Craven, recuperamos en su honor este reportaje con motivo del 30º aniversario de Pesadilla en Elm Street (1984) que publicamos en la CINEMANÍA N230 de noviembre de 2014. Por Oliver Pfeiffer Mark Smuels].

"Uno, dos, Freddy viene a por ti. Tres, cuatro, cierra la puerta...”. Por mucho tiempo que pase, esta nana siempre seguirá transportándonos a Elm Street, esa avenida arbolada de cualquier lugar de EE UU que se convirtió en el coto de caza de un asesino de chavales con la cara como una pizza. Gracias al Arnold Schwarzenegger de Terminator, el Jason Voorhees de Viernes 13: Último capítulo y los bichejos de Gremlins, en 1984 abundaron las máquinas de matar implacables. Sin embargo, hubo algo que le dio a Freddy Krueger un atractivo irresistible: su capacidad para colarse en los sueños de sus desprevenidas víctimas, una ventaja demoníaca que convertía al sueño en su aliado y que permitió a Wes Craven, más conocido entonces por minoritarias incursiones sangrientas como La última casa a la izquierda y Las colinas tienen ojos, despertar nuestros temores más profundos y oscuros.

“A finales de los 70 había leído la historia de una familia con un hijo que tenía pesadillas muy fuertes”, cuenta Wes Craven cuando le preguntamos de dónde surgió la idea de Pesadilla en Elm Street. “El chico describía a una figura de aspecto humano terrorífica que le perseguía y acabó convencido de que, si ese ser llegaba a atraparle en algún momento, moriría. Llegó al punto en el que, literalmente, tenía miedo de irse a dormir. Pensaba que, si se dormía, iba a morir”. 

Pero Wes también encontró inspiración en algo más cercano a su propia experiencia: un trauma de su infancia que empezó una noche en la que le despertaron unos ruidos que venían del exterior de la ventana de su habitación. “Oí un balbuceo, me acerqué a la ventana y vi a un viejo borracho”, recuerda el director. “Lo más extraño fue que, de alguna forma, él se dio cuenta de que le estaba observando. Miró hacia arriba, directamente a mi ventana, y me vio mirándole. Fue algo sobrenatural. ¿Cómo sabía que le estaba observando? Fue un momento terrorífico en el que tuve la impresión de que estaba ante un adulto capaz de leer mi mente”.

UN 'BULLY' LLAMADO FREDDY

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Y ésa no es la única pieza del puzle de Pesadilla en Elm Street que tiene su origen en la biografía de Craven. Cuando estaba en el colegio, el futuro director compartía clase con un tal Freddy Krueger que le acosaba constantemente. Años más tarde, Wes se tomaría una venganza parcial llamando a uno de los personajes de La última casa a la izquierda Krug, como su vieja némesis. Sin embargo, con Freddy la venganza terminó de consumarse, aunque Craven hizo de su villano un asesino de niños en lugar de un acosador para evitar que le acusaran de aprovecharse de la popularidad de un famoso caso de abusos que copaba titulares en aquel momento. “Originalmente había un toque de pedofilia”, asiente Robert Englund, el actor al que elegirían para interpretar el papel del hombre del saco con dedos de cuchillas. “Pero mientras rodábamos, Wes suavizó cualquier referencia en ese sentido. Así también les dio a los crímenes de Freddy una carga más simbólica. ¿Qué son los niños? Los niños son el futuro. Freddy asesina el futuro. Asesina la inocencia”. 

Durante tres años Craven llamó a todas las puertas de Hollywood con su guión de Pesadilla en Elm Street debajo del brazo y no consiguió más que negativas.  Pero entonces conoció a Robert Shaye, fundador de una pequeña compañía de distribución llamada New Line que quería meterse en el negocio de la producción. Robert le vio a la historia posibilidades comerciales y empezó a reunir el capital para rodarla. No fue fácil. “Como el banco no quería prestarnos dinero para hacer esta película, tuve que ocuparme no sólo de desarrollar el guión sino también de salir y buscar el dinero”, recuerda con pesar. “Ocho semanas antes de que empezáramos a rodar, ya había 50 personas trabajando (peluqueros, diseñadores, coordinadores de producción…) y había que pagarles a todos. Tuvimos que pagarles de nuestro propio bolsillo, con mi convencimiento de que conseguiríamos financiación como única garantía. Fue muy estresante, como una pesadilla de la que no conseguíamos despertar cada mañana”. 

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“Nos costó convencer a la gente de que iba a funcionar”, recuerda Craven, que cree que su película toca “todas las cosas primarias que asustan a los seres humanos”. “Todos los que leían el guión pensaban que el público no iba a responder porque la mitad de la película transcurría en los sueños y no iban a darse cuenta de que era real. Yo insistía en que Freddy podía matarte en un sueño. Por eso incluí una escena en la que Tina [la primera víctima de Freddy] está teniendo una pesadilla y, cuando se despierta, ve que tiene el camisón desgarrado… Así demostraba que lo que ocurría en el sueño te pasaba de verdad, físicamente, en la vida real”. 

Sí, ¿pero quién estaba detrás de todo? Aunque ahora cueste creerlo, Englund, nativo de Los Ángeles, no fue la primera opción para el que acabaría por convertirse en su papel más célebre. Craven empezó por considerar a actores más mayores, pero terminó por encontrarlos “ablandados por la vida. También probé con dobles profesionales, pero tendían a llevar al personaje más hacia el lado cómico y yo quería que Freddy fuera profundamente malvado”. El intérprete británico David Warner (familiarizado con el mal gracias a sus papeles de Sark en Tron, Jack el Destripador en Los pasajeros del tiempo y Maldad en Los héroes del tiempo) llegó a hacer pruebas de maquillaje. Pero cuando un problema de agenda dejó a Warner fuera, Englund entró en la carrera por el papel.

MONSTRUO A CARETA QUITADA

“Un amigo, que vino conmigo en coche cuando quedé con Wes por primera vez, fumaba”, recuerda el actor, conocido en la época por su papel del alienígena Willie en la serie de ciencia-ficción V. “Cogí un poco de su ceniza para pintarme unos pequeños círculos debajo de los ojos. Es un viejo truco que aprendí en el teatro y queda muy real, engaña a la gente. Y así me senté frente a Wes y me dediqué a mirarle fijamente”. “No sé qué me esperaba. Una especie de Charlie Manson sentado al otro lado de la mesa, devorando corazones humanos o algo por el estilo. Pero me encontré a un caballero, encantador, erudito, y cuando me dijo cómo quería que fuese su película, esa mezcla de terror, fantasía y surrealismo… Me encantó, saqué la impresión de que era una especie de artista de la oscuridad”.

 “Cuando conocí a Robert Englund tenía un aspecto demasiado angelical, pero su entusiasmo era inmenso y no daba la impresión de que le diera miedo sacar el mal de su interior. De hecho, tenía ganas”. En la época del rodaje de Pesadilla, el mal (personificado en Michael Myers en las películas de Halloween) solía llevar una máscara. Craven, sin embargo, no tenía ningún interés en ocultar a su antagonista. “Se me ocurrió la idea de las cicatrices”, dice. “Me pareció perfecto, porque conseguíamos un efecto máscara sin necesidad de usar una”. 

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Tras trabajar el año anterior en el videoclip de Thriller, de Michael Jackson, el maquillador David Miller fue la persona ideal para diseñar el look de Freddy, a base de una capa exterior sangrienta y repugnante que tardaban tres horas en colocar cada día. Englund, por su parte, encontró una buena forma de emplear todo ese tiempo sentado en una silla. “Recuerdo que un día mis compañeros de reparto entraron a maquillarse, como si les hiciera falta. Eran unos chavales jóvenes, guapos, y ahí estaba yo, mirándoles mientras me aplicaban brochazos de una especie de gelatina asquerosa. Sentí envidia de su juventud y su belleza y, en ese momento, pensé: ‘Podría usar esto para interpretar a Freddy’. Me sirvió de inspiración para el enfado de mi personaje”. Otros referentes fueron el vampiro de Klaus Kinski en el Nosferatu de Werner Herzog y James Cagney en Al rojo vivo y Enemigo público. “Se balanceaba al andar de una forma que quería usar con Freddy”, dice Englund. “Me di cuenta de lo fantásticas que eran la silueta y la sombra de Freddy, así que me apoyé mucho en el físico. Tomé decisiones muy meditadas”.

Y luego estaban las garras: esas cuchillas letales que acabarían por ser parte tan integral del personaje de Freddy como la camiseta a rayas, el sombrero maltrecho y las frases ocurrentes. “Se me ocurrió que las manos son lo que nos diferencia de los animales”, explica Craven, al que la idea le vino a la cabeza mientras miraba cómo su gato arañaba el sofá. “Poner cuchillos en los dedos me pareció el instrumento perfecto”. Sí, perfecto y muy precario, según el especialista en efectos especiales Jim Doyle. “La primera vez que Robert se probó el guante se cortó”, recuerda. “No se dio cuenta de que, si doblaba los dedos completamente, los cuchillos se le clavaban en la muñeca”. El actor no tardó en acostumbrarse a llevarlos, hasta el punto de que amenizaba las comidas del equipo despedazando alimentos con las cuchillas. Al final llegó hasta a modificar su postura para compensar el peso del metal, una ligera inclinación del hombro que recordaba a la de un pistolero.

Con el malo decidido, Craven empezó a buscar a su heroína, un personaje que decidió convertir en una protagonista dura y autosuficiente, capaz de enfrentarse a sus miedos, después de que su hija criticara la protagonista femenina de su anterior película, La cosa del pantano (“Papá, ¡las chicas saben correr igual de rápido que los chicos!”). “Entendí inmediatamente cómo veía a Nancy y siempre pensé que su personalidad era muy parecida a la mía”, dice Heather Langenkamp, la actriz nacida en Tulsa que se hizo con el papel por delante de Jennifer Grey, Demi Moore y otras 200 candidatas. “Wes me inspiró mucha confianza y sabía que no iba a sonar tonta o ridícula. Estaba claro que quería crear una nueva heroína de película de terror, una capaz de enfrentarse a los problemas. Mis fans me dicen que aprendieron un montón de Nancy”.

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Jessica Craven también jugó un papel destacado en la elección del novio de Nancy, Glen, un papel que fue a parar a un pipiolo desconocido llamado Johnny Depp. “Llegué a casa con fotos de chicos que pensaba que podrían resultar atractivos”, recuerda el director. “Se las enseñé a mi hija y le pregunté quién le gustaría a ella. Johnny llevaba el pelo largo y desastrado, y tenía los dedos manchados de nicotina, así que pensé que resultaría desagradable. Pero cuando se lo enseñé mi hija señaló su foto inmediatamente y dijo: ‘¡Es guapísimo!”.

Con 21 años recién cumplidos, durante el rodaje Depp no podía disimular su nerviosismo. Pero aun así a Craven le impresionó su convicción inquebrantable. “Veía que estaba luchando contra un miedo auténtico, pero consiguió construir un personaje muy real y atrayente”, dice con admiración. “Nos dijo que sus dos mayores influencias eran Keaton y Chaplin, lo que me impresionó”. “Wes quería un deportista, pero Johnny era un tipo dulce, sensible”, dice Jsu García, que interpretó el papel de Rod, el chaval de la chupa de cuero, bajo su nombre artístico de la época, Nick Corri. “Nos hicimos muy amigos nada más conocernos. Era la era de las películas de Viernes 13, donde no había más que gore, apuñalamientos y jóvenes haciendo el amor. ¡Johnny y yo juramos sacar un poco de Shakespeare de ésta!”. 

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Tanto Jsu como Johnny encontrarían finales poco agradables en Pesadilla en Elm Street, el primero estrangulado por una sábana en una celda de prisión, el segundo engullido por una cama que le regurgita convertido en un aluvión de sangre y vísceras. Aunque seguramente la muerte más espeluznante es la de Tina, interpretada por Amanda Wyss, arrastrada pared arriba hasta estrellarse contra el techo. El culpable es Fred Krueger, por supuesto. Pero el responsable último fue Fred Astaire y la coreografía con la que desafía la gravedad en Bodas reales, de 1951, y que sirvió a Craven de inspiración para utilizar el mismo tipo de plató giratorio. “La actriz lo pasó mal rodando la escena”, recuerda. “Se mareó y se desorientó totalmente. Así que tuve que parar la habitación y meter la cabeza para tranquilizarla. ¡Entonces yo empecé a marearme!”. Lo mismo les pasó a los evaluadores de las calificaciones por edades cuando vieron la escena, que le pidieron a Craven que eliminara su espantoso clímax. “Sigo odiando haber tenido que cortar la parte en la que se cae desde el techo y aterriza sobre la cama”, suspira el director.

Afortunadamente la película tuvo mejor suerte con otra secuencia ya icónica; la escena en la que una Nancy medio dormida medio despierta sufre el ataque de las cuchillas de Krueger en la bañera (ese guante que emerge lascivamente entre los muslos adolescentes de la actriz). Para la escena hubo que construir una bañera sin fondo montada sobre un tanque en el que permanecía sumergido Jim Doyle. “Tuvimos que hacer muchas tomas porque conseguir que quedara bien en cámara era muy complicado”, recuerda la joven. “Era difícil hacer que la parte en la que me sumerge bajo el agua resultara tensa e interesante, pero fue muy divertido”.

Si Craven se hubiera salido con la suya, el eventual triunfo de Nancy sobre su perseguidor habría sido nuestro último encuentro con Freddy. Shaye, sin embargo, atisbó la posibilidad de una franquicia e insistió en un giro de último minuto, un golpe de efecto estilo Carrie que da a entender que Freddy sigue vivo y coleando. “Yo habría hecho un final algo diferente”, admite Craven. Fue el propio Shaye el que decidió que fuera New Line la encargada de lanzar Pesadilla en Elm Street, una apuesta arriesgada que se demostró muy hábil cuando la película recuperó su presupuesto de 1,8 millones de dólares en el primer fin de semana. Haciendo balance, “fue una relación de negocios bastante provechosa”, dice Craven.

Seis secuelas, un cruce de franquicias (Freddy vs. Jason) y un relanzamiento poco acertado en 2010 demuestran hasta qué punto Pesadilla en Elm Street revitalizó el subgénero del terror y justifican la reputación de maestro del género de la que Craven disfruta hoy. A New Line tampoco le ha ido mal del todo. El que jamás imaginó que acabaría convertido en sex symbol fue Englund. “Se creó cierto morbo gore o sadomaso en torno a las garras de Freddy”, dice de la base de fans friquis que cosechó en los 80. “Les gustaba más el guante que yo. Algunas chicas me proponían cosas un poco raritas…”.

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