Viaje a Stanislaw Lem en 5 películas

'El congreso' es la última aproximación del cine a la inclasificable obra del escritor polaco, un pilar de la ciencia-ficción y el humor negro.
Viaje a Stanislaw Lem en 5 películas
Viaje a Stanislaw Lem en 5 películas
Viaje a Stanislaw Lem en 5 películas

Dicen que adaptar sus libros al cine es muy difícil. Es más: en opinión de algunos, es imposible. Pero no por ello va a dejar de haber quienes lo intenten: en El congreso, el israelí Ari Folman es el último cineasta en atreverse con una obra del polaco Stanislaw Lem (1946-2005), uno de los escritores más importantes de la historia de la ciencia-ficción, conocido tanto por sus paradojas conceptuales como por su visión tirando a misántropa de la existencia humana. A fin de llevar a la pantalla la novela Congreso de futurología, Folman ha optado por usar la rotoscopia, esa técnica de animación a partir de figuras reales que tan buen resultado le dio en Vals con Bashir (2008), y también por prescindir en su mayoría del argumento del original. Así, en lugar del sufrido (y chapucero) cosmonauta Ijon Tichy, en The Congress es una Robin Wright que se interpreta a sí misma la que se da de bruces con un porvenir distópico donde las estrellas de Hollywood viven para siempre gracias a simulacros digitales, y donde las drogas alucinógenas son una buena alternativa a una realidad miserable.

¿Ha tenido éxito Ari Folman trasponiendo el universo lemiano en El congreso? Vista la buena acogida del filme por parte de la crítica internacional, diríase que sí: la película se ha hinchado a ganar premios en Sitges y en el Fantastic Fest de Austin, entre otros certámenes. Y su estreno en España nos da a nosotros la oportunidad de indagar en cómo ha abordado el cine la obra de un autor tan inclasificable como genial, al cual las adaptaciones de sus novelas solían dejarle (por decir algo) bastante frío. Tras consultar con un selecto grupo de expertos, entre ellos el profesor Tarantoga y los maestros robóticos Trurl Clapaucio, hemos obtenido esta selección de películas.

Viaje al fin del universo (Jindrich Polák, 1961)

Aunque, según las crónicas, Destino espacial: Venus (1960) fue la primera adaptación al cine de una obra de Stanislaw Lem, preferimos ignorarla por dos razones: para empezar, la novela en la que se basó (Los astronautas) fue desacreditada por el propio autor, calificándola como una ingenua obra de juventud, y, para seguir, la película es malísima. Tras dicho batacazo inicial, no obstante, el ideario de un Lem que aún podía permitirse el lujo del optimismo tuvo una adaptación cinematográfica más que decente gracias a Viaje al fin del universo: muy emparentable con la pionera Planeta prohibido, tanto por su entrañable diseño de producción como por la presencia de un robot construido (o eso parece) a base de restos de lavadoras, esta crónica de un grupo de astronautas rumbo a Alfa Centauro luce elementos de los que habrían de tomar nota tanto Gene Rodenberry (Star Trek) como Stanley Kubrick (quien se la aprendió de memoria durante la preparación de 2001: Una odisea del espacio) e incluso el Ridley Scott de Alien, dada su forma de presentar el espacio exterior como un lugar inquietante en grado sumo.

Solaris (Andrei Tarkovsky, 1971)

En 1968, la novela más famosa de Stanislaw Lem tuvo su primera adaptación audiovisual en forma de (disfrutable) telefilme. Dos años después, un Tarkovsky acosado por la censura tras el estreno de su Andrei Rublev encaró una adaptación en pantalla grande, con alto presupuesto y destinada, según esperaba la nomenklatura, a convertirse en la respuesta proletaria al decadente 2001 de Kubrick. Por supuesto, el cineasta dejó a los jerarcas soviéticos con un palmo de narices: amén de muy exigente para el espectador, dada su extrema lentitud y su tono fúnebre, esta versión de Solaris prescinde en buena parte de las ideas fantacientíficas del original (básicamente, que comunicarse con una especie alienígena es, en el mejor de los casos, imposible) para tomar la forma de un ensayo sobre la culpa, el remordimiento, el suicidio y los océanos unicelulares dotados de inteligencia. "Sin naves espaciales, la película hubiera quedado mucho mejor", reflexionó el director años después. Stanislaw, mucho más socarrón pero también cabreado por las libertades que se tomó Tarkovsky, resumió su propio punto de vista en una frase memorable: "Yo le di mi libro a ese tío, y él me lo devolvió convertido en Crimen y castigo".

Test Pilota Pirxa (Marek Piestrak, 1979)

Una lectura de las obras de Stanislaw Lem revela varias ideas cruciales. Entre ellas, la de que el futuro es cutre: da igual cuánto se esfuerce nuestra especie, parece decirnos el polaco, porque el panorama que nos aguarda más allá de las estrellas seguirá lleno de currantes insatisfechos y jefazos ansiosos de escurrir el bulto. Para comprobarlo, nada mejor que recurrir a las aventuras del entrañable astronauta Pirx, uno de los personajes más queridos por nuestro escritor (que le dedicó dos colecciones de relatos) y que aquí se enfrenta a una revolución tecnológica que pone en peligro su puesto de trabajo: ¿quién demonios querría poner seres humanos en órbita si los androides hacen lo mismo, y encima gratis? La colisión entre inteligencias naturales y artificiales acabará provocando un desastre considerable en los anillos de Saturno, con lo que Pirx deberá salvar la papeleta mediante su infatigable sentido común.

Solaris (Steven Soderbergh, 2002)

Cuando decíamos que Solaris es la novela más famosa de Lem no lo decíamos en broma: pocos libros de ciencia-ficción pueden jactarse de haber sido llevados al cine en dos ocasiones, y de dos maneras tan diferentes. Tras la renuncia de James Cameron, que soñó durante años con rodar su propia Solaris, Soderbergh contó con nada menos que George Clooney para dar vida al desdichado psicólogo espacial Kris Kelvin, en una adaptación que se saltó a la torera las ambiciones metafísicas del filme de Tarkovsky... Y también el tono alucinatorio del original: este filme es más bien una tragedia romántica, donde el planeta (inteligente) que da título a la historia ejerce más como villano en la sombra que como presencia inexplicable e incognoscible. Si bien valorada por los críticos, la segunda adaptación de Solaris se llevó otra de las antológicas pullas del autor: "Hasta donde yo sé, mi novela se titula Solaris, no Amor en el espacio exterior", soltó Stanislaw. Y se quedó tan ancho.

Ijon Tichy: Raumpilot (Oliver Jahn, 2007)

Al ver las adaptaciones al cine de sus obras, cualquiera diría que el sentido del humor es un pilar imprescindible del universo lemiano. Pero así es: pese a su feroz pesimismo, Lem ha pasado a la historia por ser un maestro del chiste vitriólico y las paradojas descacharrantes, con o sin robots y alienígenas de por medio. Menos mal que esta colección de cortometrajes, elaborados por Oliver Jahn como trabajos universitarios y después recopilados en forma de serie, está aquí para recordárnoslo. Rodadas en la casa del director y protagonista, convertida en astronave de saldo gracias a la técnica digital, las aventuras del impresentable cosmonauta Ijon Tichy (protagonista, por cierto, de la versión literaria de El congreso) sirven para demostrar que el cosmos es, no ya un páramo hostil para la vida humana, sino también un lugar donde uno no puede comerse una tortilla francesa en condiciones. A pesar de todo ello, cuando tu (sufrida) compañera de fatigas es una inteligencia artificial tan maja como Nora Tirschner (Bon appetit), las cosas se hacen más agradables.

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